Leyendo una breve composición que escribí hace días, me preguntaba qué es lo que hace que uno reflexione sobre su vida. Si son las circunstancias, el entorno, el peso de las relaciones, o aquello que deseamos que pase pero simplemente no llega.
Echando la vista atrás,
comencé a hacer memoria de lo vivido; de las primeras impresiones que saltaron
a mi mente, fueron el fracaso y la decepción lo que con más intensidad recordé Ambas me han proporcionado, interpreto, el
bagaje existencial necesario para observar el mundo con cierta perspicacia. En
aquella ocasión, antes de escribir el poema, experimenté una sensación curiosa.
Como si fuera un personaje en tercera persona, vi pasar mi trayectoria vital
como una película de escenas interminables. De repente, me sentí el resultado
de una obra inacabada.
Unos versos más tarde,
reflexionaba sobre la vida del artista: pensaba en cómo afrontará los días,
cómo vivirá en la rueda cíclica del tiempo, cuál serán sus expectativas como
creador, etc. Inmersa en la contemplación de estas cuestiones, surgió de la
memoria la imagen de un personaje dotado de una singularidad y peculiaridad genuinas.
Se trata de Llewyn Davis, obra y gracia
de los hermanos Coen.
Como espectadora con un
mínimo de sensibilidad, diría que es su naturaleza errante y caótica lo que me
atrae al instante. Sin rumbo y en compañía de su guitarra, intenta abrirse
camino como artista; pero no al ritmo que marca el oportunismo del que gozan algunos
de sus compañeros, sino al son de tristes melodías y a la sombra de un fracaso
que parece alargarse irremediablemente.
Más allá de esta primera
impresión, quisiera desarrollar una interpretación más profunda. Por eso
planteo lo siguiente: ¿qué es lo que define a Llewyn Davis como artista? Podría
decirse que el deseo de mostrarse fiel a sí mismo es el motor del personaje. Se desarrolla en un entorno en
el que se busca el respaldo de un proyecto musical, por lo que el riesgo de
caer en la mediocridad es considerable. Llewyn intenta establecerse, pero sin sacrificar
su estilo en aras de la auto conservación porque su fin como artista se aleja
del entretenimiento. Se aproxima, más bien, a la concepción del artista como
intérprete de la vida: se nutre del dolor vital para hacer de la experiencia
una obra de arte. Esta manera de sentir su profesión muestra el riesgo en
particular que corre, pues opta por vivir en la incertidumbre de un devenir que
probablemente le relegue a la soledad de los cafés.
Este deseo ciego de seguir el camino escogido me hace pensar que Llewyn no es un artista caduco. Por obstinación y voluntad, diría que trasciende cualquier limitación temporal. Es decir, el objetivo no pasa por subirse al tren de la moda, sencillamente porque no hay objetivo. Ante esto, su autenticidad como artista reside en la ausencia de una meta final. Sin una proyección futura del éxito, Llewyn muestra su reto personal al hacer del momento su mayor logro.
Y es en este último punto
en el que me gustaría hacer referencia a los versos que compuse. Este fue mi
pequeño logro…
Tan
inciertos como
El
canto del ave que
Intermitente,
acude a mí
Así
transcurren mis días
Con
la ventana abierta
A
la llamada del devenir…
No hay comentarios:
Publicar un comentario