¿Camina el que piensa
o piensa
el que camina?
Cuando camino en la
naturaleza, me acompaña una sensación de asombro. Donde quiera que mire,
percibo la quietud de lo que permanece: los árboles, la hierba, los arbustos, las
flores…, todo lo que está expuesto al desgaste del tiempo y que, sin embargo,
se regenera con el paso de este. Sigue su ciclo perpetuo de vida y muerte;
mientras tanto, espera… Espera la venida del caminante: del que
alza la cabeza y busca lo infinito entre el ramaje; del que mira al suelo y
reflexivo, contempla los pasos dados hasta el momento; del que curioso, observa
con extrañeza alrededor, como si la imagen de lo que está viendo perteneciese a
un recuerdo remoto. De aquel que anhelante busca la unión con lo que es y
siempre ha sido a pesar del olvido… Siguiendo este hilo de pensamiento detengo
el paso y me giro; me pregunto: «¿Hacia dónde camina el que piensa?, ¿no lo
hace acaso de vuelta a su yo olvidado?».
Noviembre me hace pensar
en estas cosas. No solo la caída de la hoja, el frío y la lluvia me sitúan en
otoño. También mi pensar se vuelve otoñal: más introspectivo, más profundo, más
nostálgico… Más maduro. Me preparo para despedir el año entre recuerdos y
deseos perdidos. Algunos vuelven inquietos y danzarines, mas los dejo ir con la
brisa cálida y suave del mediodía. El sol baña mi rostro, fecunda pensamientos
nacientes como los últimos frutos estivales. Un sol de soles en el ocaso de su
fulgor…
En mis manos está recordarlo, avivar el resplandor de su brevedad.
Muere la tarde y muere algo en mí, tan solo queda una luz en el horizonte.
Camino hacia ella en el crepúsculo, camino sin dejar huella […]