Cuando de interpretar se
trata, pocos recursos me resultan tan
útiles como ciertas expresiones coloquiales. Sobre todo si, más allá de la
gracia etimológica que guardan, terminan por asociarse a una forma de vida.
Podría decirse que doy tumbos en muchos aspectos: en cine, de
un director a otro; en literatura, de un género a otro; en el día a día, de una
indecisión a otra…, y así en otras tantas facetas de la vida en las que cuesta
encontrar el equilibrio. Es entonces cuando en la búsqueda de la armonía
perdida bebo de la fuente del arte, de la que ocasionalmente surgen obras digeribles para el ánimo. Con ellas
nacen personajes, o mejor dicho acompañantes, que proponen otras vías de
recorrido vital a la par que exploran nuevas formas de autorrealización.
Es el caso de Frances Ha, fiel ejemplo de la filosofía
de la inquietud, de la búsqueda del deseo, aunque no esté claramente definido.
No se sabe muy bien hacia dónde se dirige. Sin embargo, no se detiene. Vive en
la instantaneidad del momento hasta que tras varios tropiezos encuentra
irremediablemente su camino.
Comienza entonces un
viaje hacia el «cómo» que plantea y muestra a la vez alternativas de superación
vital.
Llegado a este punto recuerdo
el estribillo de Like a Rolling Stone: «How does it feel?, how does it feel /
to be on your own, with no direction home / A complete unknown, like a rolling stone».
«¿Cómo
se siente?» pregunta Dylan a la protagonista, que vaga
de un lado a otro, perdida y desolada. «¿Cómo
se sentirá Frances?», me pregunto al verla deambular. Sin trabajo estable y
tras varias mudanzas a la espalda, se calza las converse y sale a la carrera de
la ansiada independencia.
Nos vamos de tour por
calles y barrios neoyorquinos a ritmo de Bowie. El tiempo vuela entre fotograma
y fotograma al paso de un presente que mantiene activas las piernas de Frances:
salta, ríe y baila con la fugacidad del momento.
Los días pasan y no se intuyen
grandes logros ni grandes metas, pero la frescura de la carrera aún pervive en
la memoria.
Surgen contratiempos, uno
tras otro, que dificultan su aspiración de conseguir vivir por cuenta propia. Parece
que todo se tuerce. Sin embargo, todo sigue en constante movimiento.
Cambia
Frances y cambia su entorno, sale a flote el pragmatismo del personaje: el
revulsivo que despereza la mente y activa la capacidad de reinvención. Surgen
entonces nuevas formas de vivir para nuevas experiencias. De forma que ante la
imposibilidad de vivir como desea en un primer momento, cambia y se adapta a
las circunstancias.
Se sumerge en un proceso de renuncia y experimentación, de
prueba y error, con el bagaje existencial que conlleva: la pérdida de complejos
y miedos que le permiten seguir corriendo... y sonriendo.
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