domingo, 20 de noviembre de 2016

Interpretaciones culturales - Thelma & Louise

El viaje de una vida 


Se acercan las «vacaciones» de Navidad y como cada año suelo hacer ― o al menos lo intento― pienso en las películas o libros que me gustaría leer en esos días. Para este año aún no tengo nada, pero echando la vista atrás recuerdo algunas obras que han marcado época durante el período navideño. En especial recuerdo una que me causó gran impresión, no solo por la honestidad que transmiten las protagonistas, sino también por la carga de realismo y sinceridad que, con el paso de los años, ha convertido esta película en un espejo al que me asomo de vez en cuando para encontrar respuestas. Viajo unos cuantos años atrás, a la noche de fin de año de 2010, cuando después de despedir el año y demás parafernalia me entró la imperiosa necesidad de ver cine ―uno de los propósitos para el nuevo año de mi entonces corta experiencia cinéfila. Había escuchado hablar de Thelma & Louise, de la historia de dos mujeres alocadas que se «echaban a la carretera» en busca de aventuras… Nada más lejos de la realidad: cuanto más se alejaban de la escena del crimen, más se alejaba de mí esa idea preconcebida. Sin duda, lo que con más cariño recuerdo es la sensación de que estaba viajando con ellas a bordo del Thunderbird. Y no suponía un viaje cualquiera…


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Como si de un viaje de iniciación se tratara, en el film se mostraban todos los elementos para perderse y encontrarse durante un buen rato… o quizá durante toda la vida. Pasaban las escenas y sentía cada vez con más fuerza que no quería que terminara aquella vuelta, aquel sinfín de carreteras desiertas, hermosos atardeceres, buena música de fondo… y la huida sin retorno de dos mujeres sedientas de libertad.  

En aquella primera lectura de la película sentí la frescura que irradiaban estas dos mujeres, aquello que las humanizaba y ennoblecía más allá de la pantalla. 

Es en este punto en el que empaticé ―y empatizo―con estas dos «colegas». Por aquel entonces me identificaba más con Thelma, con su inocencia e ingenuidad ante los imprevistos que van surgiendo. Hoy día, tras 6 años desde el primer visionado, me acerco más a Louise, más despierta y experimentada. Es otra de las razones que considero que engrandecen esta película: el cambio de perspectiva con respecto a los personajes a través de la experiencia. Lo que comienza como un simple viaje de desconexión y de huida de la rutina se acaba convirtiendo en una experiencia enriquecedora para ambas: el comienzo de una nueva vida.   


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Como en la canción de Glenn Frey ―que podemos escuchar a lo largo de la película― Part of Me, Part of You: «Darling, there is something I must tell you / A distant voice is calling me away…» Hay algo que incita a las protagonistas a la ruptura y al cambio, a pisar el acelerador sin mirar atrás. Y esto se origina en gran parte, cómo no, a través de la desgracia. Es mediante el infortunio cómo ambas se van curtiendo. Es mediante la desconexión con la vida anterior cómo ambas se van descubriendo y encontrando.



En esta escena se refleja el cambio que sufre Thelma: «Something’s crossed over in me and I can’t go back». No hay marcha atrás, no puede volver a la vida de antes. Más decidida y segura, elige vivir la experiencia, disfrutar del viaje y alejarse del estrecho círculo de rutina y monotonía en el que estaba sumida. Es al romper con la forma de vida anterior cuando realmente puede escucharse a sí misma, crecer y escoger con quien verdaderamente quiere y merece estar. Por su parte, interpreto que Louise vive su «segunda ruptura» tras la experiencia traumática que vivió años atrás. A lo largo de este «gran viaje», Louise brinda apoyo y protección incondicional a su amiga, siendo una la mejor compañía para la otra.





En la escena podemos ver a Louise en un momento de retiro. En el silencio de la noche contempla el cielo estrellado, que oscurece en su mayor parte las enormes paredes del Gran Cañón. Poco a poco el cielo se va abriendo en la lejanía, dejando paso a la luz que desprende el amanecer. Louise permanece en silencio mientras Thelma se acerca sigilosamente: «What’s going on?» pregunta, a lo que responde con un simple «Nothing». Por estas palabras, interpreto que no va a pasar «nada», nada que pueda entorpecer el camino que desean seguir.   

Amigas, compañeras, confidentes… comparten momentos de intimidad en los que cada una respeta su individualidad. Al volante del Thunderbird, la carretera les brinda la oportunidad de la huida y el reencuentro consigo mismas. No hay un destino prefijado en el horizonte, tan sólo el deseo de bordear la frontera del engaño, el fraude y la traición para conquistar su propio espacio.


Como reflexión final, hago referencia a la metáfora de «conquistar su propio espacio» para terminar. ¿Qué es lo que en esencia conquistan estas dos mujeres? Más allá de la calidad del film y del contexto en que se desarrolla su historia, es sin duda la naturaleza de esta relación la más fiel muestra de amor y respeto entre dos personas que escogen vivir en libertad como único propósito vital. 

domingo, 6 de noviembre de 2016

Interpretaciones culturales: La propera pell (La próxima piel)


Suspense extremo con La propera pell (La próxima piel)


Por Lluvia de Segovia


           Hace una semana, fui al cine y como no quedaban entradas de la película que había pensado ver, mi amiga y yo acabamos en la sala donde se proyectaba
La propera pell (La próxima piel). Salimos súper confundidas y, desde entonces, no hago más que seguir dándole vueltas a la película. La sensación de suspense que crea es increíble, desde el principio, tan misterioso, hasta el final… Esta historia se cuenta de forma que no puedas dejar de hacerse preguntas, porque piensas que va a pasar algo y luego resulta que pasa algo completamente diferente. ¿Cómo es posible que estos personajes y su historia sean tan difíciles de interpretar y tan fascinantes?

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El frío y la nieve envuelven junto con una música gélida y misteriosa la llegada del adolescente a un pueblo perdido en los Pirineos. Han ido a recogerle su supuesta madre, Ana, y su tío Enric. Michel trabaja en el centro de menores en Francia, donde ha ido a parar el chico que, según Michel, sufre de amnesia disociativa debido a algún trauma del pasado. Parece que encaja con la descripción del hijo de Ana, que desapareció hace ocho años. Se espera que el protagonista (Gabriel o Leo) reconozca a su madre, y Michel no revelará sus antecedentes penales a la familia, para que se pueda asegurar su reintegración social. Se le presenta de un modo amenazante. Parece una bestia enjaulada, con movimientos salvajes, peligroso y hosco. Así, el primer momento de tensión sacude al espectador cuando Ana y el chico se ven y se abrazan. La cámara nos permite observar sus caras muy de cerca, pero ¿qué indican sus emociones? ¿Se han reconocido mutuamente? Seguimos sin saber la verdad. Durante muchas escenas, mi amiga y yo, como muchos otros espectadores, nos mirábamos y nos preguntamos «¿y esto…?», y susurramos la pregunta candente: «¿Tú crees que es él, su hijo?».

Como explican los directores Isaki Lacuesta e Isa Campo, este es un proyecto que maduró con el tiempo. Pasaron muchos años desde que le propusieron a Emma Suárez el papel de Ana, la madre, también hasta que Álex Monner creció para poder encarnar al protagonista, Gabriel/Leo. Tanto el guión como los actores hacen un trabajo impresionante. Los directores cuentan que quisieron desarrollar la historia con una doble perspectiva, construyendo entre los dos las distintas miradas de la madre y del hijo. Se nota que han elegido cada detalle con precisión. En el primer plano vemos agua deslizándose por detrás de una estalactita de hielo, y esta imagen del deshielo representa la visión de qué está pasando detrás de la capa superficial, explica Isaki Lacuesta. Así, a lo largo de toda la película hay que desentrañar lo que se esconde detrás del rostro de los personajes.

El suspense se intensifica por la sensación de estar tan cerca de los protagonistas. La clave de la fuerza de esta película está en la forma de llevar esta historia al espectador. Como sugiere el título, el protagonista se dispone a cambiar de piel. ¿Qué significa esto? La cámara nos acerca a la piel de los personajes de muchas maneras: En primer lugar, está el primer contacto entre dos personas que podrían ser madre e hijo. Lo que habría de ser familiar y cercano no lo puede ser fácilmente porque sobre ellos cae la sombra de la duda: ¿Son realmente quienes quieren ser? Cuando observamos el rostro de Gabriel/Leo y el de Ana, seguimos preguntándonos qué hay debajo de esa piel. Su identidad, sus pensamientos… Todo es un misterio. Cuando Michel escudriña la mirada del protagonista al preguntarle cómo está ―y éste responde que todo va bien― sabemos que no es cierto, pero tampoco sabemos qué es lo que realmente pasa por su cabeza. «El personaje tenía tres constantes, que eran: seducción, manipulación y fragilidad», explica Álex Monner en una entrevista. El actor describe las distintas facetas que muestra su personaje con la gente, porque el chaval no es el mismo cuando habla con Michel, con sus amigos o con su madre. Gabriel escoge qué enseñar de sí mismo en cada situación, y a menudo parece a punto de huir, más que de integrarse en el pequeño pueblo rodeado de montañas.

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En segundo lugar, está la imagen del padre a la que se ha de enfrentar el protagonista. Cuando ven vídeos en los que éste aparece junto a la madre y al niño del pasado, las imágenes están borrosas y vemos cómo Gabriel/Leo lo observa intensamente. Descubrirá lo que le ocultan acerca de su pasado, pero ha de salir en busca de la verdad y exigir a los que le rodean que le cuenten la verdad; ha de ir al lugar donde desapareció, en la montaña. «¿Por qué me has mentido?», Gabriel exige que le cuenten la verdad. En esas escenas, la nieve lo cubre todo, pero el frío no es obstáculo para la fuerte voluntad del protagonista. Además, en esa búsqueda el protagonista se apoya en la compañía de su primo y amigo, interpretado por Igor Szpakowski, que no duda en preguntarle «¿De verdad te acuerdas de mí?». Con él no ha de fingir. Finalmente, esto les lleva a acercarse íntimamente de forma inesperada. En esa desnudez, y en las huellas que el pasado ha dejado sobre la piel, se libra la lucha de asumir la nueva identidad.

Finalmente, está la imagen de los cortes que Gabriel/Leo se hace en su propia piel. Como siempre desprende un aire amenazante, sorprende vislumbrar su fragilidad. Cuando tememos que vaya a hacer daño a otros somos testigos de lo que le atemoriza y de su automutilación. Sus heridas del pasado le atormentan. «Este chaval, antes de llegar a este pueblo, no sabía lo que era la tranquilidad de querer y ser querido», comenta Álex. Así es, hay una gran inquietud evidente en los movimientos nerviosos y desesperados del protagonista. El espectador sufre con él cuando no puede contener la ira y siente que pierde el control. Envolviendo estas escenas, la música desconcierta, porque a veces suenan unos golpes metálicos que estremecen y parecen indicar la llegada de una desgracia, un golpe violento… Pero en vez de eso resulta que sucede algo muy distinto que toma por sorpresa al espectador, y la música toma otro rumbo, creando así un ritmo acorde con las preguntas que surgen acerca de las intenciones de los personajes.


            No podemos evitar sentir sospecha, pero estremece ver cómo Ana y Gabriel se van acercando, creando una relación de la nada. Finalmente, lo que está claro es que el chico, sea el hijo de Ana o no, tiene heridas que necesitan ser curadas. Hay una escena entrañable en la que ella cura las heridas que él se ha hecho. En los ojos de ambos se refleja el gran alivio que sienten al poder hacer esto. Necesitan quererse, y así se crea una reflexión acerca del amor que va más allá de los vínculos de sangre. Porque, ¿quién decide si se pueden querer o no dos personas como si fueran madre e hijo? En la crucial escena del baile aumenta la tensión, cuando están observando todos, parece que algo terrible está a punto de ocurrir. Pero ante los ojos que juzgan, madre e hijo solo tienen ojos el uno para el otro y él pregunta a Ana «¿Me quieres?». Sus ojos delatan el brillo de la esperanza. Emma Suárez dice que la madre y el hijo «se eligen», y esto es porque ambos desean comenzar una nueva vida, dejando atrás la piel del pasado. Es por todo esto que el espectador ―al sentirse implicado con los personajes― por haber tenido la oportunidad de preguntarse qué pasa por sus cabezas, ya no se puede deshacer de ellos. Participamos en la experiencia de apropiarnos de una piel ajena que puede acabar siendo nuestra próxima piel.